Toda la gente habla de cambiar el mundo, pero no a sí misma. Entrevista al Dalái Lama.

Os dejo un extracto que he seleccionado de la entrevista que le hicieron en Barcelona a Tenzin Giatso, actual Dalái Lama de 72 años de edad y premio Nobel de la Paz en 1989.

- Suele decir que su mayor debilidad es la pereza...
- D.L. Sí, a veces no me esfuerzo lo suficiente en cosas que debería, como mejorar mi inglés, porque enseguida pierdo el entusiasmo por aprender. Otra debilidad es la rabia que a veces siento. Es muy fácil sentirla frente a los problemas. Pero las emociones negativas no me duran mucho tiempo. Dejar que la rabia se mantenga dentro de nosotros sólo conduce a un odio enfermizo.

- Buenos días, aunque quizá debería decir «buenas tardes». Usted se levanta antes del amanecer, sobre las 4.00, para meditar. Mahatma Gandhi, su modelo de conducta, tenía en la meditación el pilar de su vida. ¿Lo es también para usted?
- D.L. Sí.
La meditación es, sin duda, la base de mi vida diaria. Como monje budista, practico la meditación principalmente analítica para examinar e investigar la realidad, el valor del altruismo, para calmar las emociones de rabia o ansiedad, para analizar la naturaleza del mundo de hoy...
Simplemente eso, y ayuda mucho. Me recarga. Luego, mi comportamiento diario se guía por la motivación de ayudar y ser positivo. Alrededor del 80 por ciento de mi tiempo lo empleo en actividades espirituales. Mi hermano pequeño, Tendzin Choegyal, bromea y me dice que me levanto pronto para desayunar, no para meditar, porque, como monje que soy, no ceno, aunque algunas veces, si no puedo contenerme, tomo unas galletas...

- ¿Cómo la combate?
- D.L. Con una convicción clara de la compasión. Hay que ser capaz de reconocer el momento en el que la rabia llega y ver cuál es la parte de la mente que la siente.
La mente se divide en dos partes, la que siente rabia y la que observa. La rabia no lo domina todo.
Uno debe ser capaz de reconocer que la rabia te está dañando y desarrollar un antídoto… Verla objetivamente. Creo que en Occidente no se presta suficiente atención a la necesidad de desarrollar las emociones positivas y se da por hecho que una emoción negativa puede invadir.

- ¿Alguna otra debilidad…?
- D.L. Alguna vez he soñado, al igual que muchos monjes, cómo sería una relación con una bella mujer, pero enseguida veo el lado negativo de todo eso porque sin el deseo sexual hay mucha más paz.

- Por cierto, usted afirma que el siglo XXI será el siglo de la paz. Sin embargo, en nuestro tiempo, la violencia parece haberse intensificado de forma radical...
- D.L. Lo que digo es que el XXI será el siglo del diálogo. No creo que la violencia sea más intensa y le voy a dar las razones. A mediados del siglo XX, el uso de la fuerza fue dominante, pero como resultado llegó la coexistencia, la necesidad de diálogo. En los 50 se hablaba de que el viento del este inundaba el oeste; ahora es el viento de Occidente el que inunda el este [ríe]. Los pasos claves hacia el diálogo fueron la caída del totalitarismo comunista, la unión de las Alemanias, Desmond Tutu y su movimiento de reconciliación en Sudáfrica, las conversaciones de Gorvachov y Reagan... Todo ello para decirle que mi primera razón de optimismo es que, ahora, la gente está cansada de guerras y la ven como algo inútil para resolver problemas. El mundo quiere paz. Una segunda razón: la gente ya no confía en ideologías, sino en la iniciativa y la creatividad individual, en la libertad. Y una tercera, a la gente le ha desilusionado el materialismo y se ha dado cuenta de que la espiritualidad es necesaria para el bien común. Globalmente, la humanidad es más civilizada, lo que no impide que haya bolsas de violencia. Y está Internet, con la sensación de que uno tiene todo el mundo en casa. Algo que ha cambiado la realidad y la actitud de la gente; la ha hecho muy abierta, preparada para la coexistencia y el diálogo. El mundo de hoy tiene una nueva conciencia, una nueva forma de mirar los problemas.

- La felicidad es el objetivo de la vida, dice usted. ¿Qué entiende por felicidad?
- D.L.
La felicidad no es un don, sino un arte que hay que cultivar desde el interior de cada uno. Es la liberación, el cese del sufrimiento.
He visto a muchas personas muy ricas y muy bien educadas muy desdichadas. Las sociedades donde reina el exceso de consumo no producen ninguna satisfacción. Buscar la felicidad es conocer la realidad y combatir las expectativas erróneas porque la ignorancia es la causa de todo sufrimiento. Hay que educar la mente para reducir las divergencias entre apariencia y realidad. Prestar atención a valores internos. Practicar la compasión beneficia porque reduce el estrés; hay que entender que estamos en la vida para ser positivos, no para causar daño a los otros. El amor y la compasión ayudarán a tener una mayor paz mental y mejor salud. El odio, en cambio, destruye el sistema inmunológico. Mi convicción es que cada ser humano es responsable de contribuir para conseguir un mundo mejor. La gente inflige dolor a otros en la búsqueda egoísta de su propia felicidad y satisfacción. Muchas veces se confunde también placer y felicidad. Sin embargo, la verdadera felicidad surge de un sentido de hermandad. Necesitamos cultivar una responsabilidad universal hacia los demás y hacia el planeta que compartimos. Entender que todo es interdependiente. Por ello es importante un sistema educativo laico basado en valores humanos básicos, como la compasión, el amor o la amabilidad. Ello no excluye las religiones. Pero estimo que la transmisión de los valores humanos, que antes era tarea de las religiones, debe hacerse actualmente de forma laica. Considero más importante el desarrollo de los valores humanos que la religión.

- Usted defiende el diálogo y la armonía entre las religiones, pero sugiere que cada persona debe seguir sus propias tradiciones. ¿Cuál es su opinión sobre la expansión del budismo en Occidente?
- D.L. Es mejor que cada uno mantenga sus tradiciones, sus religiones y creencias. Siempre digo que uno no debería apresurarse a cambiar de religión porque en todas se encuentran las fuentes de espiritualidad necesarias, como la compasión, el amor, la honestidad... Todas las religiones benefician a la gente. Pero hay que profundizar y estudiar. Me gustaría señalar que no hay una `iluminación instantánea´ a través del budismo; en algunos casos hay que ser abierto, pero en otros, escéptico. Hay algunos occidentales que incluso adoptan la forma de vestir tibetana, pero lo importante son los aspectos espirituales y no los formales.

- En su último libro habla de la necesidad de una revolución espiritual. ¿Podría explicar cómo llevarla a cabo?
- D.L. La revolución espiritual es secular, no está unida a la religión, sino al potencial positivo de la mente. Y esto es lo que encuentro interesante. Me gustaría definirle `espiritualidad´. De una parte es actuar en interés del bienestar de los otros; de otra, transformarnos a nosotros de manera que estemos preparados y dispuestos para ello.
El descuido de nuestra dimensión interior es la causa fundamental de desarmonía en nuestras sociedades. En el siglo XXI, la transformación más radical ocurriría a través de una reorientación del yo hacia un ‘ego’ responsable, maduro y racional. Toda la gente habla de cambiar el mundo, pero no a sí misma. Ésa es la revolución que yo defiendo.
- Siempre ha mostrado gran interés por la ciencia. Científicos occidentales y líderes espirituales tibetanos se reúnen periódicamente. ¿Cuáles son los temas comunes?
- D.L. El desarrollo tecnológico y científico supone un gran impacto en la humanidad y en el desarrollo de la mente, tanto como el de la religión. Por ello, la espiritualidad tiene un gran papel para recordarnos nuestra humanidad. El budismo tibetano y la ciencia poseen algo en común: el análisis de la mente. Por ello, reunirnos es un avance.

Fuente: Entrevista al Dalái Lama Muchas gracias a mi amigo Fede por hacerme llegar esta información, un abrazo mounstruo ;-)

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